UNA FOSA Y UN EXILIO: LO QUE LA HISTORIA NO CUENTA
El asesinato de Francisco Baena Jiménez no fue un hecho aislado, ni una tragedia privada. Fue parte de una cadena de violencia ideológica que arrasó pueblos, familias y conciencias. Esta entrada narra lo ocurrido tras su muerte: la fosa común, la persecución, el exilio de su hijo, la dispersión familiar, la exhumación, ... y la dignidad que sobrevivió a todo eso.
El crimen: lugar, nombres y razones

Francisco Baena Jiménez fue asesinado el 7 de agosto de 1936 en la capilla del convento de las monjas de clausura Concepcionistas Franciscanas de Torrelaguna (Madrid), junto a un compañero de Pontones, Dámaso Melones y el hijo de este, Pablo, un joven de solo 16 años (que los asesinos le dijeron a la madre que lo mataban "para que no fuera como su padre", lo mismo que quisieron hacer con mi padre).
Los autores del crimen fueron milicianos de la CNT/FAI, integrados en la llamada Columna del Rosal. Los motivos: su condición de creyente, su negativa a colaborar con la violencia, su ayuda a personas perseguidas y su firme oposición a la destrucción del patrimonio histórico y religioso.
No entregó la lista de bienes que le exigieron. Salvó a varios religiosos. No quiso mirar hacia otro lado. Fue por eso que lo marcaron y lo mataron.

La fosa común y una exhumación silenciada
Tras su ejecución, su cuerpo fue arrojado a una fosa común. Durante la guerra, su familia no pudo acercarse al lugar. Su hijo Antonio Luis Baena Tocón estaba en Madrid, preparando oposiciones y huyendo de la persecución. No supo exactamente cuándo ni cómo había muerto su padre, porque la señora que fue a avisarle no se atrevió a decírselo, sólo advertirle que no fuera al pueblo, hasta que la mayor de sus hermanas, entonces con 15 años, fue dos semanas más tarde a comunicarle la verdadera noticia.
Al finalizar la guerra, regresó a Torrelaguna y logró exhumar el cadáver. Lo reconoció por la ropa. Fue un impacto brutal. Según contaban su madre, su esposa y sus hermanos, perdió el cabello en pocos días. Nunca habló de ello.

Saqueo, dispersión y exilio

Tras el asesinato de Francisco Baena Jiménez, la familia fue tratada como enemiga. la casa familiar fue saqueada. La viuda, con cuatro hijos menores y la preocupación del hijo mayor fue expulsada sin explicaciones, sin recursos y sin destino. Solo pudieron llevarse lo puesto. La familia fue separada y enviada en trenes hacia la provincia de Albacete, donde sobrevivieron con ayudas y caridad. En plena infancia, fueron separados de su hogar, sin saber si volverían a ver a su hermano mayor o recuperar algún día la normalidad. A la familia se la marcó públicamente: tener un familiar fusilado por los milicianos bastaba para quedar señalados como sospechosos.
Antonio Luis Baena Tocón, ya señalado por su apellido, fue perseguido. Pasó por varias chekas en Madrid. Fue torturado con "masajes terapéuticos y recitales de poesía". En una ocasión, le dijeron que lo llevarían "a paseo". Logró huir gracias a un compañero comunista de pensión, que lo salvó de la muerte.

Fuente: carta que escribiera el hermano menor de mi padre, Francisco, el 6 de septiembre de 1994, respondiendo a unas amistades que se interesaban por nuestra familia
Terminó refugiado en la embajada de Chile y luego exiliado en Marsella, donde pasó hambre y soledad. Al acabar la guerra, regresó a España, fue interrogado y obligado a cumplir el servicio militar. Muchos años después, algunos usarían ese dato para tacharlo de franquista, ignorando el contexto de supervivencia forzada.
Solidaridad callada, memoria viva
En medio de tanta injusticia, también hubo gestos de humanidad. La tía abuela Antonia Baena Jiménez acogió a la viuda y sus hijos, incluido mi padre al terminar el servicio militar, al igual que otros familiares perjudicados seriamente por la guerra, sin hacer distinciones entre chicos y chicas. El tío Ramón, a pesar de sus secuelas por una meningitis, ayudaba en lo que podía. La tía Tere, prima de mi padre, dedicó su vida a cuidar enfermos, siempre con una sonrisa. Todos aportaban lo que podían y colaboraban en lo que podían: ¡Había que salir adelante! Y su sobrina Isabel María guardó en primera instancia buena memoria de todo lo que se vivió en aquella casa en la posguerra.
Gracias a ellos, la familia no se desmoronó. Cuantos pasamos por allí de niños y no tan niños los recordamos con cariño.
Continuará en la siguiente entrada: "La tercera muerte: del fusilamiento al bulo académico".