NOS VEMOS EN CHICOTE (II)

03.01.2025

Viernes, 3 de enero de 2025

Fuente: Archivos de la Comunidad de Madrid. Fachada del Bar Chicote)
Fuente: Archivos de la Comunidad de Madrid. Fachada del Bar Chicote)

Ríos Carratalá habla extensamente de la "memoria", pero únicamente de una memoria selectiva, parcial o sesgada. Se trata de una memoria que, según él, forma parte del presente y, por tanto, requiere un "ajuste" con el pasado, tal y como mencionábamos en un comentario anterior y como él mismo señala en la página 11 de su libro. Ese "ajuste", como si de alguien "tocado por un rayo" se tratara, resulta ser, a todas luces, un planteamiento muy tendencioso de Juan Antonio Ríos Carratalá. ¡Y vaya si lo es!

De manera deliberada, confunde "pasado franquista" con "vivir en tiempos de Franco", lo cual no es lo mismo. No es un error inocente, sino una decisión consciente, amparada en la generalización, un recurso que utiliza de forma recurrente para que su panfletario y difamatorio texto tenga algún impacto. Si no recurriera a ello, su argumentación quedaría inconsistente y vacía. No olvidemos que la generalización es, en sí misma, una forma de desinformación, y Ríos Carratalá, como catedrático, la emplea con habilidad.

Según su discurso, parece que todos los que vivieron durante el franquismo, o incluso aquellos a quienes la Guerra Civil les situó en el bando nacional, "estaban compinchados" y no se les cuestionaba sobre su pasado. Pero, ¿acaso preguntaron por su pasado franquista, como él asegura en la página 16, a los políticos que admira? ¿A aquellos a quienes entrevistó para convertirlos en sus aliados –o "palmeros"– mientras hablaban de mi padre? Por ejemplo, ¿se lo preguntó a exalcaldes como Julio Anguita (a quien conocí personalmente y con quien mi padre tuvo una conversación sobre este tema, de la que solo yo puedo dar testimonio) o a Herminio Trigo? Recordemos que ambos fueron funcionarios durante el franquismo, al igual que mi padre, porque esa era la época que les tocó vivir. ¿Significa eso que todo aquel que obtuvo una plaza en la Administración Pública era automáticamente franquista? ¿O acaso les preguntaron a ellos por su pasado republicano? Lo dudo mucho.

Sin embargo, en su narrativa parece que quienes, por suerte o por desgracia, estuvieron en el bando republicano eran todos espíritus puros, exentos, según él, de "banalidad, mediocridad, ambición o miedo para abrirse un hueco" (como afirma en la página 18). Y qué decir de quienes ni siquiera vivieron aquella época, pero a quienes hoy se les etiqueta y adjudica un bando de manera arbitraria. La simplificación que propone es una herramienta más de desinformación y tergiversación histórica.

Fuente: Programa La Memoria de Radio Andalucía emitido el 18 de febrero de 2016
Fuente: Programa La Memoria de Radio Andalucía emitido el 18 de febrero de 2016

Las obviedades históricas, en ocasiones, rozan la demagogia y adquieren un tono tremendista, especialmente cuando se aborda el tema de las dictaduras. Así lo menciona en la página 26 Juan Antonio Ríos Carratalá, con quien estoy de acuerdo en líneas generales. Sin embargo, si dejamos de considerar como dictadura de corte fascista hechos tan graves como el fusilamiento de personas por sus creencias religiosas, como ocurrió en España en 1936, o si nos negamos a calificar como dictaduras ciertos regímenes simplemente porque coinciden con nuestras propias ideas, entonces nos convertimos, como sucede con el propio Ríos Carratalá, en los verdaderos demagogos.

Ríos Carratalá afirma que "las causas de procesamientos y condenas por motivos políticos en la España de la posguerra responden a la lógica de la Victoria". Pero ¿a qué lógica respondieron las innumerables ejecuciones y la ausencia de juicios contra las víctimas del bando contrario? ¿Qué lógica explica las condenas de personas que no estaban vinculadas a ningún bando, que ni siquiera fueron juzgadas, y que sufrieron represalias por motivos tan arbitrarios como vivir en un determinado lugar, por disputas vecinales o incluso por lindes de tierras? Estas situaciones parecen incompatibles con la teoría del holocausto político que plantea Ríos Carratalá.

En la página 27, el autor se refiere a la "pretensión fascista", pero parece ignorar o minimizar las acciones del bando contrario que, por su naturaleza, podrían también calificarse como fascistas. Ríos Carratalá decide qué es y qué no es fascismo, y lo hace desde su posición como profesor de Literatura. Sin embargo, esta actitud parece más propia de quien descalifica a los demás simplemente por no pensar como él. Si fusilar a quien no comparte tus ideas no es fascismo, ¿entonces qué es? Eso mismo hicieron con mi abuelo, y también intentaron hacer con mi padre.

En la página 28, el catedrático menciona el "irracional comportamiento de quienes encontraron acomodo en la Victoria", pero no detalla nombres ni presenta pruebas concretas. En cambio, recurre a generalizaciones que carecen de rigor. Incluye porque sí y por ejemplo, a Antonio Luis Baena Tocón en esa categoría. Mi padre no "encontró acomodo en la Victoria", pese a que Ríos Carratalá parece empeñado en reescribir su vida con falsedades. No se trata de amor filial, sino de una exigencia de rigor y verdad que el autor no demuestra.

La afirmación de que "las imposturas de esa ficción colectiva necesitan de la discreción de sus artífices para permanecer en el tiempo" resulta tendenciosa y demagógica. No creo que la mayoría de quienes vivieron en 1939, recién terminada la Guerra Civil, estuvieran pensando en crear una "ficción colectiva" destinada a trascender en el tiempo. Es más probable que se centraran en sobrevivir el día a día y adaptarse a las difíciles circunstancias de la posguerra. Generalizar sobre estas cuestiones, sin pruebas contrastables, es un recurso desinformativo.

En cuanto a los procesos sumarísimos, mi experiencia en archivos y consultas sobre este tema ha sido poco esclarecedora. Los técnicos archiveros suelen limitarse a decir que "los archivos son los que son", dejando en el aire muchas dudas. Un militar, al que pregunté sobre los sumarísimos en el cuartel del Paseo de Moret en Madrid, me explicó que este tipo de procedimientos se han dado en todas las guerras. Los ejemplos que puso —un motín en un barco o la deserción en medio de un combate— muestran que, en situaciones de conflicto extremo, estas medidas buscaban ser aleccionadoras y no siempre respondían a arbitrariedad pura. Sin embargo, tras la Guerra Civil, los consejos de guerra y la ausencia de garantías para los procesados fueron moneda corriente, un panorama que Ríos Carratalá califica como propio de un "holocausto" (sin mencionar para nada los sumarísimos republicanos..., esos no fueron propios de holocausto). No sabemos qué habría ocurrido si hubiera ganado el bando republicano, pero es fácil adivinarlo sabiendo cómo juzgaron a otros, por qué y sus consecuencias… (a Francisco Baena Jiménez sin ir más lejos, no tuvo juicio, lo asesinaron por sus creencias y el mismo trato intentaron darle a Antonio Luis Baena Tocón)

Es cierto que las circunstancias de la época eran extremas, pero no podemos olvidar que se trataba de una posguerra inmediata, no de un tiempo de paz. Juzgar aquellos acontecimientos con los ojos de hoy es un error, aunque tampoco debemos ignorar las arbitrariedades y las injusticias cometidas. Lo que resulta evidente es que las consecuencias de la guerra fueron terribles para todos los bandos, y pretender explicar la historia de forma simplista o parcial no hace justicia a su complejidad.

Fuente: Programa La memoria de Radio Andalucía, anunciando entrevista con Ríos Carratalá.
Fuente: Programa La memoria de Radio Andalucía, anunciando entrevista con Ríos Carratalá.

En la página 29, el autor menciona el "estupor del investigador" al enfrentarse a la "oscuridad de los años de la posguerra", pero Juan Antonio Ríos Carratalá pretende "iluminarnos". No obstante, reflexionando sobre ello, considero que los procesados de aquel entonces tuvieron más garantías legales que las que tuvo mi abuelo frente a los responsables de su fusilamiento, o que las que tuvo mi padre, a quien atentaron contra su vida en varias ocasiones. Esto no implica, por supuesto, que las garantías procesales de los acusados sean justificables o adecuadas según los estándares actuales; todo lo contrario, me parecen horrorosas. Sin embargo, me pregunto: ¿no habría ocurrido otro tipo de holocausto si hubiera triunfado el bando contrario? ¿Acaso no cometieron también genocidios? Estas cuestiones, al parecer, no encuentran cabida en la narrativa del catedrático. Su silencio sobre estas atrocidades resulta significativo: ¿es que no tiene nada que decir acerca de las innumerables muertes causadas por el bando republicano, como la de mi abuelo, asesinado a tiros por milicianos de la CNT/FAI? ¿O simplemente elige ignorarlas?

Dadas las circunstancias, no tengo dudas sobre lo que sucedió. Pienso que, probablemente, Ríos Carratalá busca proyectar una imagen idealizada de la supuesta benevolencia con la que el bando republicano habría tratado a los sublevados. Sin embargo, mi abuelo no era un sublevado. Era un funcionario municipal modélico, leal y cumplidor con la República, pero aun así fue asesinado de forma brutal. ¿ Dónde estaban entonces las "garantías judiciales", la "muerte digna" o la ausencia de "carácter humillante" que menciona el autor en la página 30 ? Según parece, estas ideas solo aplican a un lado de la historia.

El autor también menciona que "la prudencia del silencio se impuso entre los vencidos, con la consiguiente pérdida de información, incluso en el ámbito familiar". Pero, ¿a qué silencio, a qué vencidos y a qué información se refiere Ríos Carratalá? Por lo que expone, parece que habla exclusivamente de los sufrimientos del bando republicano. Sin embargo, mi abuelo no tuvo opción de guardar silencio: los disparos de gracia que recibió no fueron suficientes para acabar con él; tuvieron que rematarlo, como consta en el registro. ¿Y su familia? ¿Eran acaso vencedores o vencidos? Lo único que querían era vivir en paz, pero les destrozaron la vida. Cuando fueron declarados "familia enemiga" por el asesinato de mi abuelo, los metieron en un tren sin informarles de su destino, separándolos. Entonces, ¿de qué pérdida de información habla Ríos Carratalá? ¿Se refiere al hecho de que haya tardado 83 años en saber dónde estaba enterrado mi abuelo? ¿O a que lo exhumaran tres años después de su asesinato, obligando a mi padre, Antonio Luis Baena Tocón, a identificarlo por sus ropas entre otros cadáveres apilados?

El autor habla de "prudencia del silencio". Yo recuerdo a mi madre pidiéndole a mi padre que no cantara canciones de índole política —y no precisamente el "Cara al sol", como podría suponer Ríos Carratalá—, por temor a que alguien pudiera escucharlo. Esto ocurrió ante mi ingenuidad de niño, mi falta de conocimiento y mi indiferencia, pero mi madre siempre mencionaba "todo lo que habían pasado".

A lo largo de su libro, Ríos Carratalá sigue hablando del sufrimiento de algunos durante la Guerra Civil, como si solo el bando republicano hubiese padecido. Por supuesto, muchos de ellos vivieron situaciones horribles, pero el victimismo unilateral del autor resulta sorprendente. En la página 85, señala que "el exilio evitó numerosos fusilamientos entre la gente de pluma". Sin embargo, ¿qué hay de quienes no eran "de pluma", como los familiares de mi padre? Ellos temieron por sus vidas tras ver lo que hicieron con mi abuelo y decidieron exiliarse. Algunos jamás volvieron a España, lo cual, aunque doloroso, siempre sería preferible a perder la vida.

Fuente: Universidad de Alicante. Anuncio del "descubrimiento" por Ríos Carratalá del juez humorista que procesó a Miguel Hernández.
Fuente: Universidad de Alicante. Anuncio del "descubrimiento" por Ríos Carratalá del juez humorista que procesó a Miguel Hernández.