NOS VEMOS EN CHICOTE (I)
Es evidente que al catedrático Juan Antonio Ríos Carratalá, de la Universidad de Alicante, le interesa profundamente reflexionar sobre la llamada "cultura franquista" (o, más concretamente, sobre la omnipresencia de Franco, Franco y más Franco). Sin embargo, esto no debe confundirse con el análisis de la "cultura en tiempos de Franco".
En su libro Nos vemos en Chicote, el autor nos transporta a un Madrid que no solo estuvo marcado por el franquismo, sino que ya tenía su carácter definido antes de la Guerra Civil. Chicote, el emblemático bar de copas, cócteles y encuentros mundanos, abrió sus puertas en septiembre de 1931, coincidiendo con el año de proclamación de la II República. Su fundador, el célebre barman Perico Chicote, dejó una huella imborrable en la vida nocturna madrileña.
En 1934, Julián Besteiro, entonces presidente del PSOE, ofreció a Chicote la gestión del bar del Congreso de los Diputados, una labor que continuó desempeñando hasta la llegada de la Transición democrática.

Chicote fue, durante décadas, un lugar emblemático de encuentro social en la Gran Vía madrileña, tanto antes como después de la Guerra Civil española. Su barra acogió una mezcla fascinante de personajes y actividades: desde el ejercicio de la prostitución —como bien señaló la actriz Ava Gardner, apodada "el animal más bello del mundo" por Frank Sinatra, a su propietario, Perico Chicote— hasta el espionaje. Por aquel entonces, incluso refugiados nazis como Otto Skorzeny, el excoronel de las SS que rescató a Benito Mussolini y miembro de la red Odessa en España (dedicada a ayudar a jerarcas nazis a escapar mientras traficaban con armas), frecuentaban el lugar.
El bar también fue testigo de negocios, contrabando y actividades ilícitas como el tráfico de penicilina en el mercado negro, además de convertirse en un punto de encuentro para artistas, escritores, políticos y la farándula en general. Chicote era, en esencia, una suerte de isla caribeña en pleno centro de Madrid, con una vida propia marcada por excesos y libertinaje, que el escritor Ernest Hemingway retrató en su obra Cuentos de guerra. En su libro La denuncia, Hemingway utilizó este icónico bar como símbolo del cariño que muchos de sus clientes, especialmente los extranjeros, sentían por España. De hecho, una de las escenas de su única obra teatral, La quinta columna, tiene lugar en Chicote.
Antes de la Guerra Civil, su barra había sido testigo del paso de figuras políticas de todas las ideologías, desde Dolores Ibárruri, conocida como "La Pasionaria", hasta el fundador de Falange, José Antonio Primo de Rivera, además de intelectuales como Ortega y Gasset. Parece ser que, para los españoles, las diferencias políticas se diluyen cuando se trata del noble arte de beber como forma de socialización.
Curiosamente, el escritor Ríos Carratalá incluye en la portada de su libro Nos vemos en Chicote una fotografía de dos mujeres tomando copas en la barra del famoso bar. Sin embargo, dicha foto fue tomada en 1935, es decir, antes de la Guerra Civil, y no refleja el Chicote posterior al conflicto al que se refiere el autor en su obra. Esto contrasta con otras imágenes de la portada, que sí corresponden al periodo posterior a la contienda. Resulta evidente que el rigor y la exactitud de la documentación gráfica del autor no siempre van de la mano con la profundidad académica que se presupone en su trabajo.
En la página 11 de Nos vemos en Chicote, Ríos Carratalá afirma: "La memoria forma parte del presente y procura un ajuste del presente con el pasado más o menos remoto". No obstante, parece que ese ajuste lo realiza a su manera, moldeando los hechos para que se alineen con su perspectiva y asegurándose de que la balanza siempre se incline hacia el lado que defiende, sin espacio para el equilibrio ni el debate.

En la cultura que exhibe en su libelo panfletario, no hay más que cinismo, un silencio cómplice motivado por el lucro personal, y una culpabilidad ajena que se presenta como parte de un "holocausto unilateral". Todo ello se combina con una maldad inherente en sus actuaciones, reforzada por colaboradores voluntarios, burócratas y verdugos. Predomina un "tremendismo generalizado y parcial" en un bando que desafía cualquier lógica, mientras denuncia la "mediocridad de los verdugos burocráticos", como señala en la página 19. Sin negar las atrocidades propias del tremendismo de aquella época, el autor enfatiza el "odio de los vencedores y su voluntad de ejercer la represión", que, según afirma, buscaban incluso beneficios personales como "fines de semana libres" y exhibían orgullo e intransigencia (página 36). Esto se plantea como si todos los mencionados se percibieran y actuaran como "vencedores", ignorando deliberadamente la existencia de relatos y bibliografía que documentan las atrocidades cometidas por el bando contrario, un aspecto que omite en su análisis para centrarse en lo que realmente le interesa.
Ríos Carratalá desgrana la "jerarquía de la represión" sin que nadie dude de su existencia —como sucede en todas las guerras y posguerras, e incluso en las preguerras con sus respectivas consecuencias—, pero lo hace desde una perspectiva claramente sesgada. Su análisis, notablemente parcial, parece diseñado para respaldar una narrativa específica. Le fascina la idea de "la ficción de un franquismo sin franquistas", quizás con la intención de promocionar un libro posterior, como si no pudiera haber existido también un "republicanismo sin republicanos". Es él quien decide dónde hay o no "licencias de ficción" —como menciona, por ejemplo, en la página 61—, al tiempo que se permite ejercer su propia ficción al redactar.
Sin embargo, esa "jerarquía" que describe carece de una delimitación clara. Al hablar de una persona en concreto, extiende la culpabilidad a todo su entorno: a este o aquel le atribuye, con fundamento o sin él, ciertas maldades y, de paso, generaliza dichas características a todos los que lo rodean. Es posible que existieran individuos con una baja catadura moral, pero el autor proyecta esta conducta como una regla general. Según su relato, "se firmaban sentencias de muerte a cambio de un puesto en el escalafón de funcionarios", una afirmación que, de nuevo, generaliza de forma imprecisa y desmesurada.

En el siguiente enlace se puede acceder a una entrevista radiofónica realizada en 2016:
https://cadenaser.com/emisora/2016/01/07/radio_alicante/1452195695_926080.html

En dicha entrevista, se aborda el tema de personajes siniestros. El entrevistado, siguiendo a Fernán Gómez, afirma que "si hay víctimas es porque hay verdugos". También menciona que estos verdugos eran funcionarios que, de forma voluntaria, buscaban mejorar su posición. Según dice, algunos incluso se ofrecían para formar parte de un pelotón de fusilamiento a cambio de obtener un fin de semana libre o un permiso de una semana.
En sus declaraciones, el entrevistado realiza afirmaciones que demuestran un conocimiento jurídico cuestionable, tales como que "el instructor era el juez que condenaba" o que "las personas allí sólo habían estudiado dos o tres asignaturas de Derecho". Este último comentario parece gustarle, ya que lo repite en sus artículos y libros, probablemente refiriéndose a mi padre, Antonio Luis Baena Tocón. Sin embargo, dichas afirmaciones no tienen sustento, ya que mi padre ya era licenciado en Derecho desde junio de 1936, le guste o no al entrevistado.
Las guerras, sin lugar a dudas, solo traen desastres. Sin embargo, como el propio catedrático Ríos Carratalá se define, él es un "catedrático de ficción". A mi parecer, pocas personas pueden ser más siniestras que él. Mi padre y nuestra familia fueron víctimas de la Guerra Civil. Ahora, el catedrático Ríos Carratalá se ha convertido en el verdugo de mi padre fallecido (además de los que ya tuvo durante la Guerra) y de nuestra familia.
En la entrevista mencionada, realizada en 2016, Ríos Carratalá parece muy cómodo y satisfecho con sus palabras, incluso acompañándolas de risas. Esto resulta especialmente doloroso para quienes hemos sufrido las consecuencias directas de la Guerra Civil y para quienes valoramos el legado de mi padre.

En 1939, mi padre era licenciado en Derecho, con habilitación como abogado en ejercicio. No contaba con "dos o tres asignaturas" como se insinúa de manera despectiva, sino que había completado su Licenciatura en Derecho en el año 1936. Resulta ofensivo escuchar comentarios que se realizan con tono burlesco, sugiriendo que quienes no tenían estudios recibían una preparación exprés en "oposiciones patrióticas". Francamente, no encuentro ninguna gracia en tales afirmaciones.
Además, mi padre no era funcionario, como se ha insinuado en repetidas ocasiones. He consultado exhaustivamente los archivos militares, el Ministerio del Interior y el Archivo General de la Administración, y no hay registro alguno que respalde tal afirmación.
En 1939, tras haber sido intensamente perseguido durante la Guerra Civil y luego de regresar de su exilio —exilio que el catedrático en cuestión ha negado recientemente en su blog, basándose únicamente en su propio criterio—, mi padre se vio obligado a realizar el Servicio Militar Obligatorio. Sin embargo, en ningún momento se ofreció para fusilar a nadie, y mucho menos para obtener un fin de semana libre o una semana de permiso.
Si el catedrático cuenta con pruebas documentadas que respalden tales acusaciones, que las presente. Estaremos encantados de enmarcarlas, si las tiene. Pero lo cierto es que dudo profundamente de la existencia de personas que actuaran de esa manera, salvo quizá algún individuo con un cuadro clínico psicopatológico al que los peores actores de aquella época —porque siempre hay alguno en este país— le permitieran tales atrocidades.

En la mencionada entrevista, se hace referencia a mi padre, mezclándolo con una serie de afirmaciones infundadas y ofensivas. Se llega a decir que trabajaba con Julio Anguita cuando éste era alcalde de Córdoba, y que Anguita no lo sabía. A esto se añade la insinuación de que ni siquiera sus hijos estaban al tanto. ¿Cómo es posible que en 2016 o antes no lo supieran? ¿Es que el catedrático se tomó la molestia de preguntarles personalmente? Este tipo de declaraciones demuestran que su ficción no tiene límites y que no respeta nada, como si yo pudiera inventar libremente historias sobre su familia. Aunque ganas no me faltan, no caería en la mentira.
El catedrático también se refiere a "La Victoria" como un "holocausto unilateral" y aprovecha para quejarse una vez más del "riesgo comercial" de su supuesto ensayo, aunque ha declarado —incluso en juicio— que no obtiene ningún lucro con ello. Sin embargo, en sus propias palabras, afirma que su obra es "tan sugerente como cualquier ficción puesta al servicio del entretenimiento" y que la ve como "una invitación al disfrute del lector culto". Esto resulta irónico, considerando que incluso algunos de sus propios colegas han admitido ser incapaces de leer el libro, calificándolo de "infumable". Parece que los lectores cultos que menciona no tienen el grado de sectarismo fanático que su obra parece requerir.
A pesar de todo, hay gente para todo. Su supuesto "riesgo comercial" ha resultado ser nulo y, de hecho, muy lucrativo. La publicidad que ha recibido ha sido máxima y lo demuestra el lanzamiento de la segunda edición de su obra (2019) y recientemente de la tercera (de la que comentaremos en otro momento). Según su declaración, la primera edición se agotó gracias a la polémica generada (lo que no dice es que la polémica la ha creado él, porque sólo pedí desindexar un sólo archivo de su autoría que le afectaba de los que le reclamé, según su correo electrónico). Así, de repente y por arte de magia. Cabe señalar que mi solicitud no hacía referencia en ningún caso a los archivos históricos en general.
A pesar de ello, este catedrático ha manipulado y tergiversado información histórica a su conveniencia, lo que ha sido amplificado por el periodista Ferrán Bono, del diario El País. Juntos han contribuido a la difusión de estas falsedades en diversos medios de comunicación, lo que ha generado un daño innecesario y completamente injustificado a la memoria de mi padre.