LA MEMORIA DE UNA VÍCTIMA NO PUEDE PISOTEAR EL HONOR DE OTRA

29.04.2025

Cuando la historia se convierte en arma ideológica: en defensa de Antonio Luis Baena Tocón


Durante años, el catedrático Juan Antonio Ríos Carratalá ha promovido en espacios académicos y mediáticos un relato ideológico que utiliza la figura de mi padre, Antonio Luis Baena Tocón, como un personaje prefabricado para encajar en su visión sectaria del pasado. Muchos en esos ámbitos, sin contrastar fuentes ni conocer los detalles reales, se sumaron a ese relato de forma incondicional, de los que pondré algún ejemplo en próximas entradas, amparados en un corporativismo que ha impedido cualquier revisión crítica.

Entre las primeras falsedades detectadas se encuentra la afirmación de que mi padre era funcionario desde 1934, una falsedad estratégica que permitía a Ríos hablar de una carrera administrativa supuestamente ligada al franquismo, cuando en realidad mi padre se licenció en Derecho en junio de 1936. También le atribuyó firmar alegremente penas de muerte, basándose en generalizaciones públicas sobre quienes trabajaron en el Juzgado Especial de Prensa: los presentaba como personas sin estudios, que se ofrecían voluntariamente para ejercer como represores y asegurarse ascensos meteóricos, sin aportar nunca pruebas concretas.

Puedes escucharlo en: https://play.cadenaser.com/audio/085RD010000000025650/

Cuando denuncié estas y otras falsedades —como la de presentarlo como militar franquista—, su reacción no fue rectificar, sino organizar una campaña de desprestigio. Se me acusó de querer reescribir la historia, de intentar borrar documentos históricos, de atacar la libertad de expresión y de cátedra, de estar a favor de la censura de épocas pasadas, etc. Mientras tanto, él contaba con el altavoz cómplice de numerosos medios, y a mí se me negaba sistemáticamente el derecho a réplica.
Esta campaña de desinformación no fue inocua: mi familia y yo hemos recibido numerosos insultos y amenazas, como consecuencia directa del clima de hostilidad y de la imagen falsa que se difundió públicamente, creando numerosos daños de diversa índole muy prolongados en el tiempo.

La verdad es bien distinta: tras el asesinato de su propio padre y sufrir una intensa persecución política, Antonio Luis Baena Tocón se exilió en Marsella. A su regreso, cumplió el servicio militar obligatorio en el único ejército existente en ese momento, siendo destinado, por su licenciatura en Derecho, al Juzgado Especial de Prensa. No fue funcionario de carrera en esos años, ni disfrutó de prebendas, ni encajaba en el perfil generalizado y caricaturesco que Ríos ha querido imponer.

Además, se ha querido mezclar este asunto con el reconocimiento de que Miguel Hernández fue víctima de la dictadura franquista. Pero el derecho a la memoria de una víctima no puede servir para pisotear el derecho al honor de otra persona. Tal y como he leído en algunas de las URL´s que Ríos difundía el día 23 del corriente, en su blog, por ejemplo:

https://vegabajadigital.com/por-primera-vez-la-fiscalia-reconoce-a-miguel-hernandez-como-victima-de-la-dictadura-franquista/

https://www.publico.es/tremending/fiscalia-reconoce-miguel-hernandez-victima-franquismo-tuiteros-sentencian-ultima-hora-han-tardado-83-anos.html

y alguna otra: la instrumentalización de la figura de Hernández en este contexto es una maniobra de presión ideológica, no un acto de justicia. Vincular ambos asuntos de forma interesada solo sirve para ocultar las falsedades y difamaciones que ahora se denuncian.

Lo más grave es que Ríos Carratalá no se ha limitado a tergiversar hechos históricos: ha traspasado los límites del respeto personal. Ha criticado la vida misma de mi padre, como si le incomodara que, tras sobrevivir a los asesinos de su propio padre y a los que intentaron acabar con su vida, hubiera podido rehacer su vida. Ha llegado a insinuar, desde una postura guerracivilista extrema, que su vida posterior no era legítima, como si hubiera debido ser ejecutado por los mismos que mataron a su padre. Esta deshumanización, disfrazada de análisis histórico, es una de las partes más repugnantes de su campaña.

Cuando la polémica alcanzó su punto álgido, publiqué en mi página web los documentos oficiales que acreditaban la licenciatura en Derecho de mi padre, documentos que el supuesto investigador Ríos Carratalá nunca se molestó en buscar: era más fácil descalificarlo. Aún hoy, muestra dificultades para reconocer esos datos básicos, lo que habla claramente de la naturaleza de su obra.

Una jueza ya ha reconocido en sentencia que Ríos vulneró el derecho al honor de Antonio Luis Baena Tocón, condenándolo a rectificar expresamente varias de sus afirmaciones y a una indemnización económica. Sin embargo, en lugar de rectificar con honestidad, ha seguido aferrándose a su relato, difundiéndolo más aún con nuevas publicaciones y anunciando otras, amparado en quienes convierten la ideología en escudo y la historia en un instrumento de poder sectario.

Así, lamentablemente, se está construyendo hoy la llamada memoria democrática: a partir de ficciones ideológicas, campañas de descrédito mediático, y el silenciamiento de quienes exigimos algo tan elemental como el respeto a los hechos y a la dignidad de las personas.

La libertad académica no ampara la mentira. La memoria democrática no puede cimentarse sobre la difamación de inocentes. Y la justicia debe ser firme ante quienes utilizan el pasado para manipular el presente.

Por eso hoy alzo la voz: no para reescribir la historia, sino para impedir que, una vez más, se escriba otra fábula a costa del honor de mi padre o de cualquier otro y de la verdad de todos.

Invito a los medios de comunicación, a las universidades y a los lectores críticos a revisar los hechos de manera honesta y rigurosa. La verdad no necesita ser protegida con silencios, etiquetas o campañas mediáticas; se sostiene sola, cuando se la examina con respeto y seriedad. Lo que pido no es un trato de favor, sino el principio básico que debe regir toda investigación histórica: la obligación de contrastar las fuentes, de respetar la dignidad de las personas, y de no utilizar el pasado como arma ideológica. La memoria verdadera solo puede construirse sobre la justicia, nunca sobre la mentira.