LA HONESTIDAD SELECTIVA DEL HISTORIADOR
¿Cómo se corrigen errores menores mientras se sostienen falsedades mayores?.
Cuando corregir un detalle sirve para no corregir lo esencial: El rigor que se proclama… y el que se elude.

1. Crítica de una entrada de blog
Autor: Juan Antonio Ríos Carratalá
Blog: Varietés y República
Fecha: martes, 13 de febrero de 2024
Título original: Álvaro Retana en El tiempo de la desmesura
Enlace:
https://varietesyrepublica.blogspot.com/2024/02/alvaro-retana-en-el-tiempo-de-la.htmlContexto:
Entrada de apariencia académica en la que el autor anuncia nuevas investigaciones sobre el novelista Álvaro Retana y detalla consultas archivísticas. El texto culmina con la corrección de un error menor detectado en una obra anterior, presentada como ejemplo de honestidad historiográfica y de la saludable necesidad de revisar los propios trabajos.
2. Estrategia discursiva del autor
La estrategia de esta entrada es clara y eficaz en términos retóricos:
Exhibición de rigor investigador, con mención expresa de archivos y fondos documentales.
Escenificación del trabajo en curso, subrayando lagunas, pérdidas documentales y dificultades de catalogación.
Reconocimiento controlado de un error menor, inmediatamente subsanado.
Autovaloración explícita de esa corrección como prueba de honestidad profesional.
El texto culmina en una afirmación que, tomada aisladamente, resulta irreprochable:
"Siempre hay algún dato que debe ser corregido y hacerlo públicamente es una muestra de honestidad como investigadores."
Nada que objetar… salvo cuando esa declaración se contrasta con la práctica real del propio autor en otros casos.
3. Corregir lo inocuo, ignorar lo decisivo
El error que aquí se corrige —la numeración de un título nobiliario— tiene varias características dignas de mención:
No afecta al núcleo interpretativo de la obra.
No daña el honor de ninguna persona concreta.
No ha sido amplificado durante años en libros, artículos o entrevistas.
No ha generado consecuencias mediáticas ni personales.
Precisamente por eso, puede corregirse sin dificultad. Y se corrige con satisfacción visible.
El contraste resulta inevitable cuando se observa que, durante más de una década, en tres ediciones de Nos vemos en Chicote y en numerosos textos y apariciones públicas, el mismo autor:
Ha mantenido afirmaciones falsas sobre Antonio Luis Baena Tocón.
Ha sido contradicho con documentos, pruebas y resoluciones judiciales.
Ha recibido solicitudes expresas de corrección o aclaración.
Y, aun así, no ha corregido nada.
Aquí no hay revisión pública, ni reflexión metodológica, ni satisfacción por el rigor. Hay silencio, minimización o huida hacia adelante.
4. La "necesidad de repasar" … según convenga
La apelación a la "necesidad de repasar los trabajos que tenemos los historiadores" suena especialmente tranquilizadora cuando se aplica a errores perfectamente inofensivos.
Mucho menos cuando lo que se cuestiona no es un ordinal nobiliario, sino:
la atribución de funciones que una persona no tuvo,
la distorsión de un papel histórico real,
o la construcción reiterada de un relato que afecta a la memoria y al honor de alguien con nombre y apellidos.
En esos casos, la revisión deja de ser una virtud académica y pasa a convertirse en un inconveniente narrativo.
5. Rigor académico y responsabilidad moral
Esta entrada permite plantear una cuestión de fondo que va más allá del caso de Álvaro Retana:
¿Qué entendemos por honestidad historiográfica?
¿Basta con corregir un detalle secundario para proclamarse riguroso, mientras se mantienen durante años afirmaciones falsas que afectan a personas reales?
¿Es señal de honestidad revisar archivos cuando el resultado no incomoda, pero relativizar documentos cuando desmontan un relato previamente construido?
La comparación es incómoda, pero esclarecedora:
el rigor se
aplica con lupa en lo accesorio y con indulgencia en lo esencial.
6. Conclusión
La entrada dedicada a Álvaro Retana no es problemática por lo que investiga, sino por lo que revela sin proponérselo.
Ríos Carratalá se presenta como un historiador dispuesto a corregir errores, pero solo cuando esos errores:
no comprometen su relato ideológico,
no obligan a asumir responsabilidades,
y no exigen reparar un daño causado.
La honestidad, cuando es real, no necesita proclamarse.
Y
cuando se proclama con tanto énfasis, suele ser porque conviene no
hablar de aquello que sigue —muy oportunamente— sin corregirse.