HUBRIS EN EL PODER: DE MONCLOA A LA UNIVERSIDAD
"De Pedro Sánchez a Juan A. Ríos Carratalá: anatomía del síndrome de hubris en dos entornos de poder"

1. Introducción
Hoy, en una pausa casual, vi en Espejo Público una entrevista al psiquiatra forense José Carlos Fuertes. Hablaba del presidente Pedro Sánchez y del llamado síndrome de hubris, una especie de "embriaguez del poder" que termina afectando al juicio, la percepción de la realidad y la conducta ética de quien lo padece. Aquellas palabras no solo me recordaron ciertos comportamientos del ámbito político, sino que me evocaron, inevitablemente, a alguien que conozco bien por experiencia propia: el catedrático Juan Antonio Ríos Carratalá.
Ambos, desde posiciones distintas —el poder ejecutivo y el poder académico—, presentan síntomas inquietantemente parecidos. Este artículo expone esa comparación y reflexiona sobre las consecuencias del poder sin límites.
2. ¿Qué es el síndrome de hubris?
El término fue acuñado por David Owen, médico y exministro británico, junto al neurólogo Jonathan Davidson. Lo describieron como un trastorno adquirido por el ejercicio continuado del poder, caracterizado por:
Pérdida de contacto con la realidad
Creencia de infalibilidad
Incapacidad para aceptar la crítica
Rechazo del diálogo y la humildad
No figura en el DSM-5, pero se reconoce como una patología de posición, observable especialmente en líderes que acumulan poder durante largo tiempo sin contrapesos.
3. Pedro Sánchez: el presidente que se basta a sí mismo
Según el Dr. Fuertes, Pedro Sánchez presenta al menos diez de los síntomas clásicos del síndrome de hubris. Entre ellos:
Creencia mesiánica: habla en nombre del pueblo, como si fuera su única voz legítima.
Autoimagen de víctima: denuncia "campañas de odio" cada vez que recibe críticas.
Rechazo del consejo: ha ido eliminando o apartando voces internas del PSOE que discrepaban.
Obsesión por su relato personal: libros, entrevistas, apariciones cuidadas… todo al servicio de una imagen inquebrantable.
Estas actitudes le han llevado a tomar decisiones arriesgadas —como los pactos con fuerzas independentistas o los indultos— sin asumir con naturalidad las críticas que despiertan.

4. Juan Antonio Ríos Carratalá: el catedrático atrapado en su propio relato
En el terreno académico encontramos otro ejemplo de comportamiento que refleja síntomas de hubris: el catedrático Juan Antonio Ríos Carratalá. Su forma de ejercer el poder académico y mediático, especialmente en torno al caso de mi padre, Antonio Luis Baena Tocón, reproduce patrones similares:
a) Exaltación personal constante
En entrevistas, libros y su blog Varietés y República, insiste en su condición de catedrático, rodeado de "colegas, secretarios de Estado y medios afines", siempre en clave de autoridad y superioridad intelectual.
Según el blog especializado en su figura, Ríos Carratalá muestra actitudes propias de alguien 'prepotente, narcisista, egocéntrico, tremendista y demagogo', reveladoras de un ego desmedido que encaja con los síntomas del síndrome de hubris: autoexaltación y ver el mundo a través de sí mismo.
b) Narrativa de víctima
Tras la sentencia judicial de primera instancia por vulnerar el derecho al honor de mi padre, que le obligó a rectificar, se presentó como perseguido, incluida la jueza, por quienes —según él— querían "volver a la censura del pasado", "reescribir la historia" y "atacar la investigación académica".
Víctima de censura y "persecución". Nunca mencionó los daños reales causados con sus falsedades, ni los perjuicios personales, familiares, sociales o morales derivados de su actuación irresponsable.
"Existe
un viejo mecanismo de defensa: cuando el mentiroso se ve descubierto,
se enfada y/o
adopta un
rol victimista
('me siento víctima de una persecución judicial'), desviando la
atención del fondo del asunto.
Esa
manipulación emocional —hacerse la víctima— es típica del
perfil de líder con exceso de ego.
c) Rechazo del debate real
Al advertirle en 2019 sobre algunos pocos enlaces de su autoría para que los quitara o los modificara por falta de veracidad —sabiendo él perfectamente que había publicaciones suyas mucho más graves—, optó por retirar de inmediato esos enlaces menores y, al mismo tiempo, acudir a los medios para reforzar su versión mesiánica:
"Quieren volver a la censura de épocas pasadas",
"Están en contra de la libertad de expresión y de cátedra",
"Quieren reescribir la historia",
"Quieren borrar los archivos históricos".
"Optó por el ataque personal y el victimismo mediático, desviando el debate y recurriendo a su posición de poder y a los medios de comunicación para reforzar su relato"
Se trata de la estrategia típica del hubris para cerrar el entorno crítico y rodearse de "efecto eco".
Así comenzó el "caso Ríos Carratalá": no como un debate historiográfico abierto y riguroso, sino como una estrategia de resistencia a la verdad, acompañada de victimismo mediático y manipulación del lenguaje.
d) Falsedad consciente y obstinada
Afirmó que mi padre fue funcionario franquista voluntario en tareas represivas, algo rotundamente falso. Aunque tuvo ocasión de corregirlo, lo ha mantenido incluso en posteriores ediciones y artículos, negando la documentación aportada.
Su rapidez para corregir un pie de foto, por ejemplo, contrasta con diez años de falsedades mayores no rectificadas, señal de prioridades centradas en la imagen personal.
Finalmente, utiliza su posición (académica y mediática) para lanzar ataques personales y cimentar su relato, creando un entorno donde solo su versión prevalece .
5. Cuando el poder se vuelve tóxico
En ambos casos, el poder —político o académico— ha generado un entorno sin crítica, sin humildad y sin corrección, donde el relato personal se impone sobre la realidad. Esto produce:
Desprestigio institucional
Manipulación de la memoria
Daños morales y legales a personas concretas
Un clima intelectual y político cada vez más sectario
Combina lobby universitario, entrevistas promocionales y redes para convertir un litigio privado en cruzada moral donde él encarna la investigación atacada
6. Conclusión
El síndrome de hubris no necesita diagnóstico clínico para reconocerse. Basta observar cómo alguien, amparado en su posición, deja de escuchar, rehúye el contraste y convierte su autoridad en arma para imponer su versión del mundo.
La insistencia en vincular al alférez Baena Tocón con la condena de Miguel Hernández pese a documentos que lo desmienten muestra obstinación y pérdida de contacto con la realidad archivística
Pedro Sánchez y Juan Antonio Ríos Carratalá actúan en contextos distintos, pero comparten una lógica autorreferencial, victimista y excluyente. En ambos casos, el remedio no está en su voluntad, sino en los contrapesos reales que la sociedad debe exigir y ejercer: revisión por pares, transparencia documental, rendición de cuentas y, sobre todo, respeto a la verdad.
Porque cuando alguien se ampara en su condición de catedrático para difundir falsedades, ignorar documentos y desoír cualquier crítica, el problema ya no es solo suyo: es también de la institución que lo respalda y del silencio que lo consiente.
En cualquier ámbito del poder —ya sea político o académico— la autoridad sin verdad, sin humildad y sin límites no es un logro: es una amenaza.
Y aun así, frente al poder del relato, queda la fuerza de la verdad documentada, la dignidad de los que no se rinden y la conciencia de que callar ante la mentira no es una opción.