EN CASA, DE LA GUERRA NO SE HABLABA CASI NADA ¿QUÉ OS CONTARON VUESTROS PADRES?

30.12.2024

Lunes 30 de diciembre de 2024

Si no recuerdo mal, en 2020 asistí a una conferencia organizada por un Ateneo local en colaboración con la Plataforma por la Memoria Democrática. En ella se habló de una "generación herida", formada por los niños y niñas que perdieron su infancia tras el golpe de Estado del 18 de julio de 1936 y la guerra que le siguió. Entre ellos, se encontraban los cuatro hermanos menores de mi padre y los nueve hermanos menores de mi madre, quienes también sufrieron esa pérdida.

Fuente: El Periódico. Niños estudiando en 1955
Fuente: El Periódico. Niños estudiando en 1955

Antes de asistir, intuía de qué trataría la conferencia, y acerté. Aun así, decidí ir, esperando que mi percepción fuera errónea. Sólo albergaba la esperanza de que no resultara tendenciosa ni partidista. Sin embargo, no fue así.

Se habló del silencio, centrándose únicamente en las atrocidades cometidas por el bando nacional: cómo las mujeres sufrieron una violencia especialmente cruel, siendo tratadas como material de guerra, como instrumentos para vengarse del enemigo. Se mencionó también la España truncada por la barbarie fascista, marcada por el luto y la tristeza, y cómo se interrumpió la infancia de una generación de niños y niñas. Todo eso es verdad y merece ser recordado, pero la visión quedó incompleta. Mi propia familia es un ejemplo de que el sufrimiento no se limitó a un solo lado: mi abuela paterna padeció la barbarie del bando republicano, mientras que mis abuelos maternos sufrieron las consecuencias de ambos bandos. También mi padre, mi madre y sus respectivos hermanos vivieron el miedo, la ruina, las sacas, la desaparición de seres queridos, las separaciones forzosas de familiares y los exilios. Podría hacerse una película sobre la vida de cualquiera de ellos, e incluso mostrar condiciones mucho peores que las que se ilustraron en la conferencia.

Estoy de acuerdo con muchas de las cosas que se dijeron. Un conocido mío, que también asistió, se marchó al poco tiempo. Días después, me lo encontré y al mencionarle que vi que se marchó de la conferencia, me confesó que no la soportó porque, según él, era demasiado sectaria. "Mi familia sufrió todo eso y más", me dijo, "pero allí no se podía decir nada". Y tenía toda la razón. A pesar de compartir parte de lo expuesto, no puedo evitar pensar que es una Memoria incompleta, que busca recordar solo a una parte de las personas desaparecidas o represaliadas durante la Guerra Civil española.

En conversaciones privadas con amigos cuyas familias fueron perjudicadas por el bando nacional, ellos tienden a justificar lo ocurrido con estadísticas y proporciones. Puedo entenderlo hasta cierto punto, pero lo importante es que, al menos en privado, no niegan el sufrimiento ajeno. Porque, al final, muchas de las personas que padecieron las atrocidades de la guerra no eligieron el bando en el que estaban; simplemente les tocó estar donde estaban. Y todos, sin importar el lado, se encontraron con horrores que no buscaron, aunque algunos cambiaran con el tiempo y decidieran tomar partido activamente.

El miliciano caído, célebre foto inmortalizada por Robert Capa
El miliciano caído, célebre foto inmortalizada por Robert Capa

Algunos primos hermanos de mi padre y otros familiares, se exiliaron durante la guerra, al igual que él. Algunos no volvieron jamás. Cuando comencé mis investigaciones personales sobre mi abuelo, que no fue asesinado por los nacionales (Ríos Carratalá lo cita falsamente como víctima nacional), encontré dificultades y trato no apropiado en instituciones públicas por mencionarlo y me hizo darme cuenta, en alguna ocasión, que sólo tendría trato adecuado en asuntos relacionados con víctimas de los nacionales... Por ello, tuve que ser muy cuidadoso al formular mis preguntas y seguir los consejos recibidos por alguien con más experiencia en este tipo de investigaciones y trabaja en asuntos relacionados con la Memoria Histórica.

El apoyo institucional que existe es parcial y, en muchos casos, superficial. Algunos políticos de turno aprovechan estas historias para lucirse y ganar votos, mientras ignoran otras perspectivas. Los testimonios de familiares suelen centrarse únicamente en el sufrimiento de un bando, sin reconocer que la otra parte también padeció atrocidades. Se presenta a estos últimos como "ganadores, exterminadores, verdugos, aprovechados", entre otros calificativos, aunque muchos no obtuvieron beneficio alguno de la tragedia. Esto no quiere decir que las atrocidades documentadas no sean reales —muchas lo son, aunque no siempre—, pero las guerras, en definitiva, solo traen desgracia para todos los que quedan atrapados en ellas. 

Esas infancias perdidas, esos miedos a hablar, incluso a cantar. Esos familiares, amigos o vecinos fusilados. Esos medios de vida arrancados, las penurias económicas, el hambre que soportaron, la falta de afecto impuesta por la ausencia obligada de familiares y seres queridos. Todo eso se vivió en mi casa y en las casas de mis familiares, sin que hasta ahora se haya restablecido la dignidad de las víctimas que fueron.

Cuando era niño, recuerdo a mi padre cantando alguna canción de índole política mientras se duchaba. Inmediatamente, mi madre corría a reprenderle, aporreando la puerta del baño para que se callara, temerosa de que alguien pudiera escucharle. El miedo a las posibles consecuencias era real, palpable, y aquello sucedía a principios de los años 60. No entendía del todo lo que pasaba; me sorprendía que mi madre, tan dulce y tranquila, reaccionara así.

También recuerdo cómo, cada noche, mi padre sintonizaba emisoras extranjeras clandestinas. La radio se convertía en un refugio silencioso, pero siempre con el volumen bajo, por miedo a que alguien pudiera escuchar y denunciarnos. La BBC de Londres era su principal fuente para contrastar las noticias oficiales de España y conocer lo que ocurría en el resto del mundo. Yo solía sentarme a su lado en la cama, escuchando junto a él esas voces lejanas. Aunque a menudo era tarde, y me mandaba a acostarme, él continuaba atento a las transmisiones que llegaban desde el extranjero.

Recuerdo que, siendo preadolescente, pedí como regalo de Reyes un transistor que pudiera captar onda corta. Quería, como él, escuchar la BBC, pero también Radio París y otras emisoras internacionales. Era un deseo sencillo, pero cargado de significado: buscar una ventana al mundo más allá de lo que nos permitían ver o escuchar.

Fuente: Archivos. Detenidos republicanos durante la Guerra Civil.
Fuente: Archivos. Detenidos republicanos durante la Guerra Civil.

Los organizadores de la conferencia insisten en la importancia de recordar los hechos para que no se repitan. Hablan de la necesidad de Memoria, pero no percibo un llamado real y auténtico a construir una memoria que evite que lo ocurrido vuelva a suceder en general. Más bien, parece que buscan una Memoria centrada en que no les vuelva a afectar a ellos en particular (en otros casos, incluso de revanchismo). En este enfoque, se percibe mucho rencor y un fomento del mismo, como si la prioridad fuera evitar quedar otra vez "con el paso cambiado" y regresar a ser, según se autodenominan, "perdedores, exterminados, víctimas y perjudicados". Sin embargo, considero que esos calificativos nos pertenecen a todos los españoles, aunque algunos parecen reivindicar un derecho exclusivo al victimismo. Sé que expresar esto puede generar críticas o intentos de corregirme.

Es importante rescatar la memoria histórica, pero debe hacerse de manera completa, objetiva y honesta, sin caer en interpretaciones parciales o manipuladoras.

En casa no se hablaba nada sobre la guerra. Ochenta años después de aquel trágico conflicto, tras tanta información difundida sobre mi padre por el catedrático Juan Antonio Ríos Carratalá —la mayoría de ella falsa y amplificada por sus seguidores—, intenté contactar con los hijos de los hermanos de mi padre. La guerra, en su crudeza, se encargó en parte de separar a nuestra familia. A pesar de contar con herramientas modernas como Facebook, WhatsApp, Messenger e Instagram, al hablar con mis primos descubrí que ellos sabían tan poco o incluso menos que yo. Sus padres tampoco mencionaban nada. Parece que lo pasaron tan mal que optaron por el silencio como norma, especialmente frente a los niños. Sin embargo, siempre había alguien en cada familia que sabía algo, y tirando del hilo de esos fragmentos de memoria, se iban reconstruyendo pequeñas piezas del rompecabezas.

El silencio sobre la guerra era absoluto. Irónicamente, fue al investigar sobre la vida de mi padre que llegué a conocer la verdadera historia de mi familia, aunque en parte gracias al Sr. Ríos Carratalá, a pesar de las distorsiones en su relato. La historia que él cuenta no es la nuestra, y quizás debería limitarse a contar la suya... Al mencionar en ciertas instituciones que mi abuelo fue asesinado en 1936, mi comentario no fue bien recibido. Tampoco obtuve el trato que cabría esperar, hasta que un señor, casi susurrando, como si temiera ser escuchado, me dio discretamente algunos consejos sobre cómo plantear las cosas. Viví en carne propia que la Ley de Memoria Histórica parecía estar diseñada para una parte de la sociedad, pero no para todos los que sufrieron las consecuencias de la guerra. Mi abuelo, al no formar parte del "bando de los buenos", quedó excluido de ese reconocimiento, aunque nunca se sublevó. Irónicamente, fueron "los suyos propios" quienes acabaron con su vida.

Tras años de esfuerzo, recurriendo a multitud de archivos civiles, eclesiásticos, militares y académicos, además de tribunales y testimonios de personas mayores de diversas localidades, conseguí reconstruir la verdad. Hablé con investigadores, historiadores, y expertos, leí todo lo que pude y dediqué mucho tiempo y dinero. Finalmente, descubrí dónde estaba enterrado mi abuelo. Mi padre nunca mencionó nada al respecto, pero cada mes de agosto —ahora sé certeramente que era el día 7 de agosto—, lo notaba especialmente triste. Solía asistir a una misa en su memoria, y en más de una ocasión lo acompañé, sin entender en aquellos momentos la profundidad de su dolor.

En la conferencia que tuvo lugar en aquel Ateneo, durante la sesión de preguntas finales dirigidas al público, se levantó una señora visiblemente exaltada. Me sorprendí mucho, ya que no era una persona joven, sino una mujer madura que se identificó como profesora de Instituto. Parecía evidente que desconocía muchos aspectos sobre la guerra. Esto me llevó a reflexionar sobre los conocimientos históricos de nuestra juventud y, en general, de su profesorado no especializado, que suelen ser prácticamente nulos. Esta falta de formación los hace especialmente susceptibles a ser influenciados o manipulados. La señora insistió en que era fundamental dar a conocer esas barbaridades y pidió que se impartiera la misma conferencia en su centro educativo. La propuesta fue aceptada con entusiasmo.

Por mi parte, me habría gustado añadir que los sufrimientos que se expusieron en la charla fueron los mismos que vivió mi familia y tantas otras del bando contrario, sin distinción alguna. Muchas de esas personas no eligieron un bando ni tuvieron relación con Franco; Simplemente les tocó vivir en medio de aquel horror. Sin embargo, el ambiente que se respiraba en la sala era tan intenso y polarizado que me dio la sensación de que, si alguien hubiera tenido una pistola en la mano, habría corrido peligro por expresar esa opinión.