DEL “REPELENTE NIÑO VICENTE” AL ADULTO QUE NO ADMITE RÉPLICA

27.12.2025

El "repelente niño Vicente" y la dificultad de aceptar la contradicción


Comentario a la entrada de blog: Críspulo, ¡¡¡se ha perdido Chencho!!!

Fecha: martes, 23 de diciembre de 2025

Enlace: https://varietesyrepublica.blogspot.com/2025/12/crispulo-se-ha-perdido-chencho.html

Autor. Juan A. Ríos Carratalá

El "repelente niño Vicente" y la dificultad de aceptar la contradicción

En una reciente evocación navideña, Juan A. Ríos Carratalá se define a sí mismo como "el repelente niño Vicente". La expresión aparece envuelta en nostalgia, cine en blanco y negro y un tono amable que invita a la sonrisa. Nada que objetar a ese recuerdo personal ni al gusto por la evocación sentimental.

Sin embargo, cuando alguien se autoetiqueta de ese modo, conviene detenerse un momento. No tanto en la anécdota infantil como en lo que esa autodefinición encubre: la necesidad de controlar el relato incluso antes de que exista contradicción. Llamarse a uno mismo "repelente" puede funcionar como una vacuna preventiva: si ya me señalo yo, nadie podrá hacerlo después.

El "repelente", según el propio relato, no lo sería por arrogante ni por agresivo, sino por "niño bueno": educado, correcto, ejemplar frente a los trapisondistas de turno. Una etiqueta que, bien administrada, tiene ventajas evidentes. Quien se ríe primero de sí mismo se coloca automáticamente en una posición moralmente confortable, casi inexpugnable.

El problema aparece cuando esa autoironía no conduce a la autocrítica, sino que la sustituye. Cuando el humor deja de ser una forma de inteligencia para convertirse en un escudo. Cuando el "niño bueno", ya adulto, no parece dispuesto a escuchar a quien le lleva la contraria, incluso cuando esa discrepancia viene acompañada de argumentos, documentos o hechos verificables.

Entonces el gesto deja de ser simpático. La ironía ya no relativiza, sino que protege. El humor no abre diálogo: lo cierra. Y el personaje entrañable se transforma en alguien que no admite fisuras en su propio relato.

No se trata de una cuestión de carácter, sino de método. Porque quien se presenta como razonable y moderado, pero responde a la crítica con descalificación, ironía o silencio, no está dialogando: se está defendiendo. No revisa; se reafirma atacando.

Y ahí es donde la anécdota deja de ser inocente. El problema no es el recuerdo de una infancia ni el gusto por la nostalgia cultural. El problema aparece cuando esa nostalgia sirve para blindar una posición pública, para evitar reconocer errores o para invalidar la palabra del otro.

No se trata de ajustar cuentas ni de polemizar por gusto. Se trata de algo más sencillo y, a la vez, más exigente: aceptar que la verdad no se construye desde el humor defensivo ni desde la superioridad moral, sino desde la disposición honesta a rectificar.

A veces, el "repelente niño Vicente" no es una broma simpática.
Es una explicación.