CUANDO EL DOLOR AJENO SE CONVIERTE EN MÉTODO

23.12.2025

(A propósito de "Los familiares de las víctimas")

La memoria como coartada moral
Víctimas, etiquetas y el historiador justiciero


1. Ficha de la entrada analizada

  • Autor: Juan Antonio Ríos Carratalá

  • Blog:Varietés y República

  • Fecha: domingo, 17 de marzo de 2024

  • Título original:Los familiares de las víctimas

  • Enlace:
    https://varietesyrepublica.blogspot.com/2024/03/los-familiares-de-las-victimas.html

2. Una entrada aparentemente intachable

A primera lectura, esta entrada parece irreprochable. ¿Quién podría oponerse a la colaboración con los familiares de las víctimas de la represión franquista? ¿Quién podría cuestionar el deseo de recordar a los olvidados o de reconstruir memorias silenciadas durante décadas?

Precisamente por eso resulta tan eficaz. Y precisamente por eso merece ser analizada con cuidado.

Porque el problema no está en el homenaje a las víctimas, sino en quién decide quién es víctima, cómo se la recuerda y a costa de quién.

3. La satisfacción del historiador (y el sectarismo de partida)

Ríos Carratalá abre su texto afirmando:

"Una de las mayores satisfacciones de mi trabajo es la colaboración con los familiares de las víctimas de la represión franquista."

La frase, presentada como declaración ética, tiene una clara carga de autocomplacencia moral. El historiador no solo investiga: se presenta como mediador, consolador y justiciero. Pero hay algo previo incluso a esa autocomplacencia que conviene señalar con claridad: la selección previa de las víctimas.

Desde la primera línea, el autor delimita el campo de interés de su trabajo a las víctimas de la represión franquista, como si:

  • no hubieran existido otras represiones,

  • no hubieran producido víctimas otros bandos,

  • o no merecieran memoria quienes no encajan en su marco ideológico.

Ese punto de partida no es neutro. Marca un sectarismo de origen. No se trata de estudiar la represión en sentido amplio ni de comprender la complejidad del sufrimiento histórico, sino de fijar un único tipo de víctima legítima y, por tanto, un único tipo de victimario.

Las demás víctimas —las que no convienen al relato— quedan fuera del foco, cuando no directamente silenciadas. No porque no existan, sino porque estorban.

Así, la colaboración con los familiares deja de ser un ejercicio abierto de memoria para convertirse en un dispositivo selectivo, donde el historiador:

  • decide a quién se escucha,

  • a quién se legitima como víctima,

  • y a quién se excluye del recuerdo.

Pero el problema no termina ahí.
Porque esa selección no solo reconoce a unas víctimas: necesita señalar a otros como represores. Y cuando ese señalamiento se hace sin rigor, sin contraste documental suficiente, incluso con manipulación interesada de los documentos y sin conocimiento real de las personas a las que se etiqueta, el daño deja de ser académico y se convierte en daño moral irreparable.

Ahí la memoria deja de ser un acto de justicia y pasa a ser un ejercicio de poder.
No es memoria histórica plural: es memoria dirigida.
Y cuando la satisfacción del investigador nace ya de esa selección previa, el riesgo de instrumentalizar el dolor ajeno no solo existe: se convierte en método.

4. "Lo que no dejan huella en los archivos": el terreno perfecto para la ficción

El autor afirma que recaba información sobre:

"aspectos que normalmente no dejan huellas en los archivos".

Esta frase es clave. Porque ahí se abre un terreno inmenso para:

  • la exageración,

  • la sobredimensión de circunstancias,

  • la interpretación interesada,

  • y la ficción ideológica.

No se trata de negar el sufrimiento real de esas familias. Se trata de señalar que, cuando el archivo desaparece, el historiador sin autocontrol metodológico puede convertir el testimonio en relato cerrado, y el relato en verdad incuestionable.

Más aún cuando ese relato necesita víctimas claras y verdugos etiquetados para que el edificio ideológico se mantenga en pie.

5. Recordar a unos… señalando a otros

Ríos Carratalá escribe que habla con personas:

"que anhelan recordar a sus familiares muchas veces olvidados durante décadas".

Hasta aquí, nada que objetar. El problema aparece cuando ese recuerdo no se limita a rescatar nombres, sino que exige señalar culpables, incluso cuando no se conocen, no se contrastan o no se comprenden las trayectorias reales de las personas a las que se apunta.

Es exactamente lo que ocurrió con la realidad de mi abuelo y mi padre.

En su caso, Ríos Carratalá:

  • falseó trayectorias vitales,

  • manipuló textos de archivo,

  • reescribió biografías,

  • creó etiquetas ("verdugo", "colaborador necesario") sin comprensión real del contexto ni de las personas.

Si actúa con esa ligereza con alguien a quien no conoce en absoluto, no resulta descabellado pensar que haya actuado igual con muchos otros.

6. El aplauso fácil y la ausencia de contraste

El propio autor reconoce que, tras sus intervenciones, recibe agradecimiento de los familiares. Es lógico: ofrece respuestas inmediatas, relatos cerrados y una sensación de justicia simbólica sin necesidad de:

  • recorrer archivos durante años,

  • viajar por obligación,

  • gastar dinero que no se tiene,

  • consultar múltiples fuentes,

  • ni convivir con la duda, etc. etc

Lo que he hecho en el caso de mi padre —ir a las fuentes, contrastar, incomodarme, asumir costes personales y económicos— no es lo que él propone. Él ofrece soluciones rápidas, relatos redondos y una autoridad académica que tranquiliza.

Así es fácil recibir aplausos.
Y así es fácil equivocarse gravemente.

6 bis. Señalar sin rigor: cuando la memoria se convierte en daño

El discurso de la memoria histórica no es inocuo. Tiene consecuencias reales sobre personas reales.

No es lo mismo investigar con prudencia que señalar públicamente a alguien como represor, "verdugo" o "colaborador necesario". Esa etiqueta no se borra con facilidad, aunque sea falsa. Se proyecta sobre la familia, sobre los descendientes, sobre la reputación de una vida entera.

En el caso que me ocupa, esa forma de proceder afectó directamente a mi padre. Fue señalado injustamente, sin rigor y sin conocimiento de su trayectoria vital, en nombre de una supuesta justicia histórica que ni contrastó los hechos ni atendió a la memoria familiar cuando esta desmentía el relato.

Ese es el punto en el que la discusión deja de ser historiográfica y se vuelve profundamente ética.

Porque sin verdad no hay memoria.
Y sin rigor, señalar a alguien es una forma de violencia.

7. "Estoy con las víctimas": la frase que lo justifica todo

Ríos Carratalá repite una idea que le gusta mucho:

"mi trabajo carece de sentido si no contribuye a fortalecer la memoria de unas víctimas que no solo perdieron la guerra, sino también la historia".

¿Quién podría estar en contra de esto?

Pero la pregunta incómoda es otra:
¿con qué víctimas?

Porque en su esquema:

  • unas son víctimas,

  • otras no,

  • unas merecen memoria,

  • otras deben ser señaladas,

  • y él decide las etiquetas necesarias para que su relato quede ideológicamente inmaculado.

No es memoria histórica plural: es memoria selectiva al servicio de una revancha simbólica permanente.

8. Especialistas, archivos… y memorias familiares incómodas

El texto concluye con una separación interesada:

"Al margen del trabajo académico, siempre circunscrito a los especialistas, solo queda la memoria familiar".

Pero ¿qué ocurre cuando la memoria familiar no encaja con el relato del historiador?

En mi caso, la memoria familiar —bandos, checas, exilio, etc. son vivencias de mi abuela, mis tíos, mi padre— ha sido directamente ignorada, negada o pisoteada.

No porque no exista, sino porque no conviene.

La memoria familiar solo vale cuando confirma el relato previo. Cuando lo cuestiona, se descarta.

9. Conclusión

Los familiares de las víctimas no es una entrada inocente ni meramente humanitaria. Es un texto programático.

En él, Juan Antonio Ríos Carratalá:

  • se erige en historiador justiciero,

  • utiliza el dolor ajeno como legitimación moral,

  • decide quién merece memoria y quién merece señalamiento,

  • y sustituye el contraste riguroso por la autoridad académica y el aplauso emocional.

Cuando el dolor se convierte en método, la historia deja de ser búsqueda de verdad y pasa a ser instrumento ideológico.

Y ahí no solo se traiciona a la historia.
También, y sobre todo, se traiciona a las propias víctimas.

El problema no es recordar a las víctimas, sino decidir de antemano cuáles merecen serlo. Cuando solo se reconoce el sufrimiento que encaja en un relato ideológico, la memoria deja de ser un acto de justicia y pasa a ser un ejercicio de exclusión.

Cuando se decide de antemano quién merece ser recordado como víctima y quién debe ser señalado como represor, la historia deja de buscar la verdad y pasa a repartir culpas. Y en ese reparto, el error no es inocente: deja heridas que no se cierran.