CUANDO EL ARCHIVO SE CONVIERTE EN RELATO: RESPUESTA A UNA HISTORIA MAL CONTADA
Archiveros, académicos y otras especies del sesgo: una réplica necesaria
En estos días ha circulado un vídeo titulado "Archivos e investigación de la memoria familiar", producido por la Asociación de Archiveros de Andalucía y, cómo no, difundido con entusiasmo por el catedrático Juan Antonio Ríos Carratalá en su blog personal (24 de junio de 2025). El vídeo, disponible en YouTube, recoge un coloquio en el que intervienen, entre otros, Gutmaro Gómez Bravo y Henar Alonso Rodríguez, para abundar —con tono compungido y sin datos contrastados— en la versión que el Sr. Ríos lleva años promoviendo: la de un académico víctima, incomprendido y censurado. Nada más lejos de la verdad.
Lo curioso de esta historia es que todo empezó de forma muy distinta. Y eso, aunque no lo diga nadie, es clave para entender el asunto.

📍 I. Así empezó todo: la parte que nunca cuentan
Corría febrero de 2019. Yo no buscaba censurar a nadie, ni reescribir la historia, ni atacar al autor de un artículo académico. Me encontré, por pura casualidad, con unas publicaciones en internet firmadas por un tal Juan Antonio Ríos Carratalá. En ellas se hablaba con aparente desenvoltura —pero con un evidente sesgo ideológico— sobre la vida de mi padre, Antonio Luis Baena Tocón, funcionario fallecido décadas atrás.
Lo que leí me dejó atónito: no eran simplemente referencias documentales, sino una reescritura malintencionada de su vida, presentándolo como un represor franquista, como un farsante, como alguien indigno. Lo envolvía todo en una estética de "memoria democrática", pero el fondo era un burdo panfleto ideológico. No sabía entonces mucho sobre el derecho al olvido, ni sobre protección de datos, ni sobre libertades informativas... pero sabía perfectamente que aquello no era ni justo ni veraz.
Consulté con un abogado. Le pedí ayuda para hacer una reclamación educada, legal y proporcionada. No quería censura, solo que se respetara la memoria de un difunto que no podía defenderse. Se envió un burofax al autor, explicando nuestra posición. La respuesta fue inmediata: cortesía aparente, tono conciliador, promesas de colaboración. Hasta mi abogado se sintió aliviado: "parece una persona razonable", me dijo.
Pero la amabilidad era fingida. Mientras me respondía en privado con palabras suaves, Ríos Carratalá comenzó en paralelo una ofensiva mediática, dando entrevistas en las que me pintaba como un censor, un inquisidor, un enemigo de la libertad de expresión. Y ahí empezó realmente todo.
📣 II. La campaña pública: entre la desinformación y el linchamiento
Con la colaboración de periodistas como Ferrán Bono (El País Valencia) y el respaldo tácito de ciertos medios, se desató una auténtica campaña de desinformación y difamación en la prensa, en blogs, en redes sociales. Se manipuló el relato: yo no era un hijo que defendía la memoria de su padre, sino un franquista resentido que quería borrar la historia.
Se hizo trending topic. Se repitieron bulos. Se multiplicaron las amenazas. Y mientras tanto, el autor original seguía sacando libros, haciendo entrevistas y rodeándose de palmeros —palabra que, por cierto, su abogado me echó en cara en la vista judicial del 15 de octubre de 2024.
No hubo contraste. No hubo derecho a réplica. Ningún periodista me llamó antes de publicar. Algunos lo intentaron después, cuando el daño ya estaba hecho. Y yo, siguiendo el consejo de mi abogada, guardé silencio durante demasiado tiempo. Error del que me arrepiento profundamente.
🧱 III. El muro corporativo: académicos, archiveros y otros fieles
A partir de ahí, aparecieron palmeros por doquier: historiadores, archiveros, juristas, incluso aficionados que se disfrazaban de expertos. Algunos sin haber leído nunca los textos de Ríos Carratalá, pero todos repitiendo lo mismo: que lo suyo era "rigor académico". La realidad: ni rigor, ni cotejo, ni contraste.
Uno de los más ruidosos fue Ángel Viñas, que sin haber leído los documentos se preguntaba qué pretendía yo al dudar del trabajo "impecable" de su colega. Corporativismo e ideología en grado máximo. Otro, el activista de Podemos que fabricó una Wikipedia falsa sobre mi padre y que ha sido declarado en rebeldía procesal. Y, por supuesto, el propio Ríos, que se hizo editor de Wikipedia para modificar lo que le convenía.
🎙️ IV. El vídeo reciente: mismo guion, nueva puesta en escena
En el vídeo de la Asociación de Archiveros, Ríos no aparece, pero su relato está omnipresente. Dos de sus más activos defensores lo representan:
🔹 1. Gutmaro Gómez Bravo: el académico que repite sin saber
Gutmaro presenta a Ríos como un investigador que "transcribe documentos" y fue "encargado por el Ministerio de Defensa" para estudiar a Miguel Hernández. Falso. El libro Nos vemos en Chicote, donde más falsedades vierte sobre mi padre, no fue un encargo del Ministerio ni está validado por él.
Gutmaro afirma que el proceso judicial comenzó "a los dos años" por una reacción emocional del hijo del "ponente" de la sentencia. Falso:
No hubo ponente, porque mi padre no fue juez ni fiscal ni ponente.
Y no pasaron dos años, sino diez de publicaciones reiteradas.
Yo no reaccioné con las tripas, sino con argumentos, documentos y burofax en mano.
¿Y su conclusión? Que Ríos "está mayor y tiene que pagar el juicio". Así se revierte la carga: el agresor es ahora la víctima. ¿Y lo que yo he pagado en todos los sentidos? ¿Y mi familia? Eso no interesa.
🔹 2. Henar Alonso Rodríguez: la archivera que opina como activista
La intervención de Henar Alonso, funcionaria del Archivo Militar de Ávila, resulta aún más grave. Dice que Ríos es "una cabeza de turco", que "solo sacó unas conclusiones" de documentos públicos. Pero:
Ningún documento público dice que mi padre se hacía pasar por abogado.
Ningún documento dice que fuera funcionario en 1934.
Ninguno dice que ascendiera por fidelidad al franquismo.
Todo eso es invención. Todo eso es bulo. Todo eso es falso.
Henar mezcla conceptos jurídicos con total ligereza: habla del derecho al olvido, la protección de datos, el acceso a los archivos… para concluir que "no se puede reescribir la historia". Pero ¿quién ha reescrito aquí? ¿No fue Ríos quien convirtió a mi padre en personaje de ficción política?
Y remata con un argumento de lágrima fácil: que Ríos "quiere jubilarse, pero tiene que pagar el juicio". Yo también quisiera haber podido vivir en paz, sin tener que malvender los ahorros de cuarenta años, sin gastar en abogados, viajes, peritajes, libros, reprografía, consultas médicas y soportar insultos, amenazas y miedo. Pero eso, claro, no da titulares.
🔍 IV bis. Documentos manipulados, justicia ignorada: lo que también deben saber
Hay un detalle que muchos omiten —o prefieren omitir— cuando hablan del caso Ríos Carratalá: que no solo ha difundido una interpretación ideológica de los documentos, sino que ha manipulado su contenido. Y que, además, ha ignorado resoluciones judiciales firmes que desmienten sus afirmaciones más graves.
Además, Ríos Carratalá ha llegado incluso a afirmar que determinados periodistas "pasaron por las manos de mi padre", sugiriendo con ello algún tipo de implicación judicial. Pero al analizar los sumarios correspondientes, lo que aparece es aún más escandaloso: mi padre no figura en ninguno de ellos ni como secretario judicial, ni con su firma, ni siquiera mencionado.
Esto ya no es una interpretación forzada: es un falseamiento directo. Un ejemplo más de cómo el autor ha convertido la investigación en un ejercicio de manipulación con fines ideológicos.
Y ahí está el fondo del problema: lo que pretende Ríos Carratalá, y algunos otros como él, no es tanto investigar cuanto legitimar la manipulación de los propios documentos históricos para encajar a los muertos dentro de sus esquemas ideológicos. Pero eso no tiene cabida en la historiografía científica. Eso no es memoria: es fraude historiográfico.
Aunque algunos insinúan que sus investigaciones cuentan con respaldo institucional, lo cierto es que el Ministerio de Defensa publicó el sumario del caso Miguel Hernández, pero no encargó ni avaló el tratamiento que Ríos Carratalá hizo de esa documentación.
Uno de los silencios más clamorosos en esta historia es que ya hay una sentencia del Juzgado de lo Contencioso-Administrativo n.º 3 de Alicante que examinó los propios documentos y fue clara al respecto:
"Antonio Luis Baena Tocón no fue el secretario judicial del consejo de guerra que condenó a Miguel Hernández ni consta que solicitara su condena a muerte."
Pero en vez de asumirlo, el Sr. Ríos Carratalá ha optado por hacer caso omiso del texto completo de la sentencia contencioso-administrativa y criticar públicamente a la jueza que dictó la sentencia civil. Una reacción más propia de quien no tolera que su relato sea cuestionado que de un académico con vocación de verdad.
El Sr. Ríos ha llegado a decir que "la ley no está para reescribir la Historia". Tiene razón: la Historia no se reescribe con sentencias judiciales, se corrige con documentos. Pero lo que sí hace la ley —y para eso está— es proteger el derecho al honor y evitar que se manipulen los fondos documentales para fabricar biografías falsas.
⚖️ V. Qué está en juego: verdad, justicia y memoria sin etiquetas
Este caso no va solo de un catedrático que se pasó de la raya. Es la muestra de un problema más profundo:
El uso del poder académico para difamar sin consecuencias.
El corporativismo que protege al colega aunque mienta.
La instrumentalización del archivo público como trinchera ideológica.
Y una idea preocupante: que la mentira se puede imponer si quien la dice tiene cátedra, blog y editorial.
Mi padre no fue un represor. No fue un franquista privilegiado. Fue un funcionario honesto, trabajador, que vivió la guerra y la posguerra con esfuerzo y dignidad. Y no merecía ser convertido en blanco de una narrativa ideológica ni de un ajuste de cuentas disfrazado de memoria.
📢 VI. Cierre: la réplica que no querían oír
La historia no se defiende con consignas, sino con hechos.
La
libertad académica no ampara el fraude historiográfico.
La
libertad de expresión no convierte la falsedad en verdad.
Y la
justicia, aunque lenta y desigual, es a veces el único
refugio que nos queda a los que no tenemos cátedra ni micrófono.
Este es mi testimonio. Esta es mi réplica.
No para hacerme
la víctima (aunque lo sea), sino para que alguna vez se
escuche también la versión del que ha sido difamado y silenciado.
Y
si esto sirve para que otros no pasen por lo mismo,
ya habrá merecido la pena.